jueves, 25 de noviembre de 2010

Surcar la vida

Sueño muchas veces con el mar. Unas en calma, otras bravo y en ocasiones con olas que rompen desde la orilla hacia el horizonte. Como en la vida real cuando pierdes el pie y cuesta volver a pisar tierra firme.
Hay otros sueños en los que navego segura, al abrigo de las olas y el viento, con el sol de cara y la sonrisa tranquila. Como se que harán mis amigos a los que dedico este post. Los afortunados y valientes que están viviendo una de las travesías más bonitas de sus vidas.
Somos muchos los que os esperamos en tierra. Unos por miedo, otros por los ineludibles compromisos del día a día, otros con la nostalgia de unas canas como recordatorio de que el tiempo para embarcarse en tan grande aventura ya pasó...Y algunos con la esperanza de que la travesía vuelva a repetirse el próximo año, soñando formar parte de un viaje mágico, que siempre han llevado escondido tras el color de sus ojos.
Ellos son también valientes por quedarse. Por enfrentar mareas y días grises en tierra firme. Por no soltar nuestra mano cuando los vientos no son favorables, mientras por las noches cierran los ojos para abordar  con  ilusión aquel barco que se fue.
Ser valiente es saber amar. Es perseguir sueños como cruzar el atlántico confiando tu vida en tierra a los demás. Ser valiente es también quedarse esperando. Como muchas madres, que con el corazón encogido encienden velas día tras día por aquellos que navegan en tierra o mar, con la esperanza de que lleguen a buen puerto.
Pero volviendo a mis amigos navegantes. Recordaros que navegamos con vosotros y que vuestra ilusión es también nuestra.
No os olvidéis de empapar el alma con la brisa marina, que dicen que todo lo cura. Traeros los vientos para espantar malos momentos y la sal del mar para cicatrizar heridas. Pues no olvidéis que la aventura más difícil y sin duda más hermosa es la de surcar la vida.¡Os deseo una feliz, soñada y merecida travesía!

martes, 9 de noviembre de 2010

La vida a todo sabor

Dulce. Es el sabor que primero reconocemos y el  que enamora nuestro paladar desde la cuna.
Según crecemos la curiosidad nos hace pasar al salado para identificar el contraste y abrirnos más los ojos.
El sabor dulce es un sabor que recuerda a la ingenuidad, a las cosas bonitas como el cariño, las navidades, los recién nacidos, los abrazos, las primeras canciones y las tardes de invierno pintando con mamá.
Nos hacemos grandes y un montón de experiencias nuevas nos cautivan. Unas saladas otras más ácidas...Ambos sabores cargados de frescura y sorpresa que saben a prisa en la boca de los jóvenes.
Sálado es el primer beso, las escapadas con los amigos, la primera resaca...Tal vez un poco amarga por la mezcla de sabores: limón, tequila y sal...
Y los años pasan. Y con ellos vamos descubriendo que dentro de lo amargo también se esconden los sabores de siempre. Que es pasión, como en el buen vino que nos seduce con sus aromas dulces, experiencias ácidas y un amargor capaz de dejar un buen sabor de boca.
Y por fin todos esos sabores nos van guiando hacia una vejez tan dulce como la infancia. Porque recuperamos lo más puro, lo primero. Los recuerdos más suaves y cómodos donde volver a acunarnos y recordar la vida, a todo sabor.

martes, 2 de noviembre de 2010

"La receta original"

Soy curiosa. Me gusta fijarme en el comportamiento de las personas en diferentes situaciones. En la calle, en un parque, en los distintos transportes públicos...Mi lugar preferido para empaparme de vidas nuevas son, sin duda, los restaurantes.
Grupos de amigos que se reunen a menudo, otros que no se ven en años, familias con niños, parejas jóvenes, enamoradas y tímidas, otras más mayores que apenas se hablan, no por timidez sino por hastío, gente que celebra, gente que trabaja, gente alegre o enfadada... Gente, al fin y al cabo que decide dejar en otras manos esa cocina que a muchos desgasta y con la que otros experimentamos con más o menos tino.
Algunas veces esa cocina que buscamos fuera nos desencanta, otras nos deja indiferentes y en determinadas ocasiones es capaz de obrar un milagro que por desgracia pasará desapercibido para el chef.
Como el de aquella pareja que esperaba en silencio su plato principal, sin mirarse por la verguenza de retomar una conversación cerrada por la rutina años atrás; olvidada y oculta como un traje viejo que ya pasó de moda.
Y entonces ocurre. Un solo bocado basta. Hay platos cuyos sabores son capaces de despertarte, como una buena canción. Una mezcla perfecta de aroma, sabor, textura, color y prensencia  consigue una armonía casi mágica que te obliga, con la misma ilusión de un secreto que ya puedes contar, a sentir y a compartir lo que sientes.
Es entonces cuando aquella pareja se mira, se sonríe saboreando un instante tan nuevo como su plato, cuyos ingredientes sin embargo, han estado siempre al alcance de su mano. Y de pronto piensan "creo que yo también podría hacerlo". Y recordando la receta original comienzan de nuevo a hablar.